viernes, 21 de mayo de 2010

El Dios que aquel cura se inventó

Era entonces aquella mañana de la homilía dominguera cuando Benito, el cura de la parroquia recién fundada hablaba a sus ya acostumbrados receptores feligreses que no hacían más que impresionarse de aquellas grandes hazañas narradas por aquel Cura, "muy respetable y honrado", como decían algunas de las "doñas" que acompañaban en oración y "acción" lo dicho por el párroco.

El pueblo del Ají, en su población no poseía más de cien habitantes, tenía sus tradiciones y cultura propias de la región centro oriental de aquel país que como el mismo Benito definió "la perfecta obra imaginada por Dios",el baile del ají era lo que los unía a todos en una sola fiesta, y podía extenderse hasta 3 días. 

Benito era conocido por su buena imaginación, incluso en una entrevista a su hermana, se conoció que "era muy bueno para la escritura desde muy niño", lo cual le valió el premio municipal de cuentos, en sus tardes libres, algunos de los niños del Ají, que lo expiaban por conocer que hacía cuando no daba misas, lograron ver que escribía en una especie de cuaderno (ya grueso) sin parar, pues como dijo uno de ellos "podía pasar horas tras horas escribiendo". 

Cada día que pasaba, y como todas las mañanas,  daba la misa y luego a seguir escribiendo. Una tarde, uno de los niños curiosos, se trepó por la ventana del dormitorio de a lado de Benito, para ver que tanto escribía el presbiterio.

Sus ojos pudieron leer todo lo que Benito había leído en la misa del domingo, lunes y hasta de días anteriores, pero algo extraño le ocurrió que no se refería a "Dios", en su lugar estaba escrito el propio nombre del cura, que en aquella tarde había salido a casa de un amigo, en las cercanías del Ají. 

Aquel niño detalló cada palabra escrita, llegando hasta lo que suponía iba a ser la misa del próximo día, bajo su astuta y certera maña logró anotar algunas palabras, al menos las primeras, de aquella hoja, las siguientes estaban en blanco, otro detalle que se añadió a sus dudas, sobre si el cura decía la verdad o sólo era producto de su imaginación.

La noche transcurrió lentamente, o sólo que el niño deseaba tanto que amaneciera que las horas se desvanecieron lentamente.
Llegaría la mañana tan esperada, y todas las "doñas de bien", asistieron a lo que definió aquel niño como "La mañana de la verdad", se reunió minutos antes con sus amigos, para comentarles un poco lo que había visto y agregó "tengo pruebas". 

Benito como todas las mañanas tomaría aquel libro utilizado en todas sus reuniones con la comunidad del Ají, y para sorpresa de el niño curioso, sería el mismo que horas antes había leído. 

Comenzarían las palabras del párroco a sus oyentes, y narrando los episodios allí escritos, el niño curioso, lo seguía en su escritora, un poco confusa por la rapidez con que lo escribió, para su asombro, era justamente las mismas palabras de Benito, con la misma diferencia detectada, no decía su nombre, en su lugar utilizaba "Dios". 
 
Pese a su confusión, su perspicacia se sumó a una nueva operación, y esta vez como todas las anteriores, se reunió con sus amigos y les contó todo, y dijo que sospechaba que Benito mentía.
Fue entonces que luego de un consenso y total apoyo, expiaron nuevamente al ya ni tan "respetable y honrado" sacerdote, por la ventana vieron como escribiría una nueva hoja y otra y dos más, contadas por ellos mismos. A la mañana siguiente en una nueva reunión, eran cuatro las páginas leídas por Benito. Fueron confirmadas las sospechas de que Benito escribía todo lo que leería al día siguiente. 

Con más rapidez que la anterior, aquel niño curioso, llamado Josúe, escribiría nuevamente las nuevas hojas del "libro de las mentiras de Benito" como empezaron a llamarle, ya que en esta oportunidad el cura, visitaría a otro amigo.

Nueva homilía, y esta vez, Josúe y sus amigos no estaban dispuestos a estar callados, estaban decididos a contar todo lo que habían visto, pero antes, Benito saludo a todos, y con una sonrisa empezó la lectura de "aquel libro". 

Josúe y sus amigos lo seguían, detalladamente, hasta que termino, todos se vieron las caras, antes de que Benito tomara de la "Copa divina" dijeron: ¡Es Mentira todo lo que haz dicho!. Un gran silencio se adueñó de la sala y acto seguido las protestas de las "doñas de bien" defendiendo al cura. 

Lean lo que tiene escrito, vean su libro, o no se han preguntado porque no lo comparte, les diremos las razones: ¡porque sus hojas están en blanco!, y tenemos las pruebas!, exclamó Josúe, mientras caminaba junto a sus amigos a donde estaba Benito. 

Impresionado, los miró y dijo, "estos niños mienten, todos mienten" y agarrando el libro, y con la mano derecha los señaló y añadió "¡Dios los castigará por decir mentiras!", en medio del momento confuso, los niños y Josúe trataron de tomar el libro, mientras Benito seguía vociferando al aire palabras. 

Al verse presionado, arrancó a correr en dirección de la entrada de la sala, pero cayó al enredarse en su carrera, consigo aquel libro, que se desarmó, las hojas ya esparcidas  por todos lados,  algunas escritas y muchas de ellas en blanco, fue el hecho perfecto para que los presentes constataran lo dicho por el pueblo de Ají "los niños nunca mienten". 

Benito aterrado por saber lo que se venía en su contra, empezó a vociferar nuevamente, "Dios los castigará" repitiendo una y otra vez. Fue entonces como el pueblo del Ají descubrió que todo lo dicho por el cura, era sólo mentira, que su "Dios" era producto de su imaginación, que sólo fue inventado por él mismo para engañar a los menos de 100 habitantes de aquel simpático pueblo. 

Fue entonces como los habitantes decidieron expulsarlo y comprender a su vez que no necesitaban de alguien que les hablará de Dios, pues, ellos lo podían ver, sentir, escuchar, y tocar en cada creación perfecta de la naturaleza, y que la máxima manifestación de su poder, era justamente eso, la unión y amor del pueblo del Ají.