jueves, 26 de septiembre de 2019

Un amor de Metro Bodega



Un beso en sus labios, donde quedaron todos anonadados, fue lo que selló en aquella noche la declaración de amor, que “El Flaco Juan” le haría a su nueva novia Ruth, ella tan escuálida como él, donde sus cuerpo reflejaban la falta de alimentos y tener que salir desde temprano en la mañana y gritar su jerga de ventas de golosinas importadas, en cada vagón del metro de Caracas, buscando en cada usuario un potencial comprador de la autodenominada “Metro Bodega”.

El Flaco Juan, tiene no menos de 27 años, es delgado. Esta más que una condición física, es una cualidad, en los precarios espacios donde se desenvuelve, pues, para caminar entre tantos usuarios mientras se va girando entre los mismos ofreciendo caramelos, chupetas o galletas a “la Venezuela educada que diga los buenos días, tardes o noches” es necesaria. Es moreno, de ojos grandes. Logró culminar su bachillerato, pero no pudo ingresar a la Universidad, por tener que “salir a trabajar”. 

Por su parte Ruth, es de estatura media, de color blanca, con el cabello con algunos rastros de tinte que indican que alguna vez fue de color castaño. Sus ojos verde aceituna, y de voz aguda. Ella solo vende caramelos, acompañada de su arenga de “Aprovecha Venezuela".

En las instalaciones del subterráneo transporte, emblemático de la ciudad capital, de una otrora urbe que representaba el progreso de Venezuela, se reúnen jóvenes como Juan y Ruth, quienes repiten a diario el “Aprovecha Venezuela, Mi gente bella, ¿Quién se Motivó a la primera?, ¿Alguien dijo Yo?, ¡El que aprovechó, aprovechó y el que no, ja bueno!, vaya que seguimos avanzando”, entre otras que invitan a la compra de los caramelos llamados “calacas” con sabor a “sandía o maracuyá”, nombres provenientes de otras tierras producto de una transculturización forzada, por la diáspora venezolana.

El enamoramiento, de Juan y Ruth, se dio luego de cruzarse en muchas oportunidades, de encontrarse, tal como se coincide en una oficina u otro espacio laboral, pero a ellos no les tocó vivir esa etapa de la Venezuela “saudita”. De eso solo quedan los recuerdos. El hoy ha llevado a reiventarse económicamente y buscar alternativas para “sobrevivir”, en la misma descomposición social que actualmente atravesamos como país. 

jueves, 18 de julio de 2019

Rick y el abuelo


Rocko, era un portentoso perro de por lo menos unos 80 centímetros de largo, sus patas delanteras terminaban en un píe que en una mano humana podía abarcar completamente la palma. Su color, Negro azabache con unos ojos color miel que ante sus dueños y familiares se veían más brillosos. Llegó a esa familia siendo cachorro, producto de un regalo de los abuelos.

Creció y se le buscó pareja, de igual raza, Mastín Napolitano. La hembra recién llegada fue nombrada Rubí, color gris y de ojos negro, muy dócil pero a la hora de cuidar la casa era una fiera. Entre ambos tuvieron una camada de tres perros, una hembra y dos machos. 


La familia solo se quedó con Rick uno de los machos, porque los otros dos fueron entregados a los hermanos de los dueños. Rick nació gris pardo oscuro. Sus ojos como el padre, color miel, pero con una diferencia de pequeño era temeroso, y para comunicarse no lo hacía casi. Sus padres se preocuparon y Rocko preguntaba a Rubí que sucedía. 

Rocko: Que pasará que el pequeño no ladra, yo lo llamo y solo viene pero no ladra. Solo me mira.  


Rubí: No lo sé, es extraño. Escuché que lo llevarían al doctor a revisarlo.  


El cachorro solo observaba a sus padres y jugaba con la pelota. 


Pero en las noches, algo raro pasaba. Se escuchaban ladridos de Rick y a lo lejos se veía que jugaba con alguien, ante sus dueños no lo hacía y su comportamiento era diferente. Ante los padres Rocko y Rubí, tampoco lo hacía. Hasta que que el misterio quedó desvelado: Jugaba con el espíritu del abuelo que había fallecido hace años. Y es así que supieron que los conectaba con alguien que estuvo en la familia desde siempre.

viernes, 14 de junio de 2019

La pelea del Mono contra el Malandro


En cierta vez, en una ciudad se quiso homenajear a sus habitantes por haber culminado sus estudios. La máxima autoridad, pues, convocó a todos los súbditos que tuvieran que ver algo de “poder” bien sea económico o de convocatoria, o aquellos que en alguna oportunidad estuvieron por “el mal camino”.

En la reunión, todos querían tener la palabra, para congraciar con la máxima autoridad, pues, sabían que era muy dadivoso a la hora de premiarlos, uno de ellos era el mono Ulo, quien ya había conocido a varias autoridades y sabía muy bien el arte de la sonrisa y cómo manejarla a su antojo para conseguir más que favores o simpatía.

Pero también estaba el tigre, la mariposa, el constructor también llamado obrero (quien era el más pensante de todos los que estaban sentados y que estaba desanimado, pues, sabía que su opinión no era tomada en cuenta, especialmente por la máxima autoridad y sus allegados). Y por primera vez, estaba Dro, un ex delincuente que hoy era parte importante en las decisiones que se podían tomar en aquella ciudad, porque tenía el control y hasta “la autoridad” le temía.

A la hora de prometer, todos lo hicieron, la autoridad complacida y sin importar que aquellas promesas se cumplieran o no, dejó todo en manos de los “organizadores” y como única solicitud, pidió que fueran los estudiantes al que les rindieran honores “porque ellos son la levadura del futuro” dijo.

Estaban “tan organizados” que un día dijeron un lugar otro pelearon, pero al final lo hicieron en una gran plaza, muy cerca del lugar donde reposan los restos del líder histórico de esa ciudad.

La autoridad, no fue el día del magno de evento, pero sí El Mono y El malandro, que se pelearon por resaltar sus acciones ante él, a tal punto que La Pereza tuvo que sentarse en medio de los dos, porque de haber continuado habría sido una mayor catástrofe.