lunes, 2 de junio de 2014

El zarpazo de El Trono



 Dedicado de manera muy especial a Jesús "Chuchú" Torrealba, ilustrador y creativo quien inspiró este cuento, y a todos aquellos que odian a "las voladoras"...

Alcé mis ojos con temor y zas! De un zarpazo apareció aquella criatura que salvó mi estadía en el llamado trono… aún lo recuerdo y hasta me causa gracia ligado con el asco y repulsión que me causan aquellos animales que podrán ser “los más antiguos del planeta” que cohabitamos, pero que no puedo dejar de sentir esto por ellas. Las cucarachas. 
 
No puedo dejar de pensar como hay personas que se dedican a estudiarlas, y algunos desadaptados le han escrito canciones como “la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta su patita principal”. Si aquella noche de vainita que ocurre un doble crimen: la interrupción de mi tranquilidad como todo ser humano que está sentado en la comodidad de su hogar haciendo sus necesidades, o el segundo que era salir corriendo desnudo con los pantalones abajo en busca de alguien que la matara, dejando en evidencia mis partes íntimas (esas que cuido con recelo).

¿Pero cómo y donde ocurrió todo esto?  Eran como las ocho y pico de la noche cuando me dirigí al baño a tomar una ducha de agua caliente, pues, vivo en La Pastora donde el frío como dicen los caraqueños “es atrinca”, pero antes, me senté en El Trono con mi libro “Carreteras Secundarias” de Ignacio Martínez de Pisón, cuando retomo la página y empiezo a leer las primera líneas, me concentro. 

Pienso en la historia y me voy metiendo en la historia que he leído desde hace un par de semanas, poco a poco el trance de relajación deja caer el primer mojoncito que suena y rompe el silencio. Es para mí normal, me acompaña aquel sonido desde que aprendí ir al baño solo por insistencia de mis mayores que me decían “Vas y me avisas cuando estés listo para limpiarte!”, debo confesar que a mis hermanas no le gustaba, lo veían desagradable, y mi madre les regañaba. 

Pero sin desviar mi atención de la lectura voy avanzando y sin importar el tiempo. Escucho de repente un aleteo de un insecto, ese incomodo visitante que ha venido a joder mi noche. Suelto mi libro, inmóvil, pues, solo las cholas y el short me acompañan. Ando sin camisa. Los nervios por que se trepe en mi espalda su húmedo y asqueroso cuerpo hacen acto de presencia. 

De repente inclino mis ojos hacia el alto techo (como en todas las casas pastoreñas), arriba en la pared hay una ventana que deja ver las hojas de la mata de mango que tenemos en el patio y que está cargaita, es la época pues, mi terror no se va y con el libro como arma empiezo a buscar el bicho ese, cuando volteo veo clarito que viene hacia mí, y en cuestión de segundos pasa al que hasta ahora defino como héroe. De un zarpazo enterita se la papeo, aquel murciélago al que escucho de vez en cuando, las noches en que voy a ducharme. 

Retomo la lectura ya en paz y seguro que no me va a seguir molestando me quedo desnudo, empiezo a enjabonarme, ya con los ojos cerrados empiezo a cantar, vivo solo y a los vecinos no les molesta, ahora es otro ruido que escucho, tres golpes en la puerta del baño inexplicables, que me sacan de juego, de repente mi vida ha cambiado se ha ido la luz y cortaron el agua. Ahora me digo este no es mi día. 

Fin... por ahora

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