jueves, 20 de enero de 2011

Adriana y el ataque de las Avellanas

Jamás iba a encontrar esa respuesta a la pregunta que siempre andaba en su cabeza. Al menos es lo que decía al transitar por aquellas calles llenas de tantos olores imágenes, personas en fin símbolos que definían aquella urbe capitalina tan de avanzada y tan decaida. Era navidad. Tiempo en que el comercio es más importante que el propio nacimiento del niño Dios. Los sentimientos pasan a un lado para ser sustituidos por alguna prenda -o presente- y desear el acostumbrado FELIZ NAVIDAD. 

Las calles de aquella ciudad, se encontraban inundadas de cualquier cosa relacionada a lo que simbologicamente se decía era navidad, desde prendas de vestir, hasta accesorios sin contar otras cosas "innecesarias" que al fin y al cabo irían a parar a la basura. 

Adriana se encontraría sumergida en estas calles, quizás hullendo de lo que le rodeaba. Tal vez, queriendo encontrar el verdadero Espiritu de la Navidad.

En su recorrido aquella joven vería en las paredes carteles de las elecciones pasadas con los políticos de turno ocultando atrás de sus sonrisas sus claros objetivos. Era Navidad época de felicidad, amor y alegría. 

Un hecho calificado de raro ocurriría en su estancia por las calles, mientras algunos estaban enfocados en que prenda de vestir comprar, cuanto gastar y que regalar, para aquel anciano en la esquina de aquella calle no existía Navidad, había dejado de existir desde que empezó pedir dinero para sobrevivir en aquella Urbe. Adriana se le acercaría, y le daría no sólo dinero, también ofrecería ayuda. En sus ojos encontraría la respuesta del "progreso y evolución de la sociedad". 

Aquel hombre no sólo agradecería el noble gesto de la joven, si no que también le diría su versión de aquellas fiestas, y por último le dijo que le entregaría un regalo ( el cual no reveló al momento), que al llegar a su casa Adriana se llevaría una sorpresa. 

La joven seguiría caminando, observando rumbo a su casa, donde al llegar narraría a su hermano Rolando lo sucedido, de repente escucharon ciertos murmullos, al parecer risas. Se alarmarían, buscarían, y al final encontrarían de donde vendría el misterioso sonido. De adentro de la cartera de Adriana saltarían seis avellanas, quienes se apilarían, la más oscura de ellas daría la orden de formarse y dirigirse a sus neo amigos humanos: 

-Saludos, humanos, como lo ven somos seis avellanas quienes aconsejamos no confundirse ni subestimar nuestro tamaño, desde donde venimos hay millones como nosotras, sólo les traemos el mensaje de nuestro bosque a ustedes y tú (señalando a la joven) por tu corazón noble fuiste la elegida para emitir el llamado de conciencia a tus iguales sobre los riesgos que implica comer de nosotras, tales acciones han conllevado a que cada vez seámos menos, lo cual ha entristesido a nuestra Madre, La Tierra.
Asombrados por sus palabras, Adriana quedaría atonita y asumiría el reto, no sin antes preguntar de como llegaron a la ciudad, a lo que respondieron que fue gracias al señor que encontró en la calle- otro corazón noble- que las escucharía y las salvaría de las manos de los compradores. 

Es entonces de como los hermanos Adriana y Rolando se enfrentarían ante sus semejantes y explicarían los daños causados a la naturaleza en el consumo estrepitozo de aquellos frutos. Los calificarían de locos, los tildarían de enfermos y hasta de enemigos de la Navidad, pero en su afán de defensa por la naturaleza demostrarían que algunas veces los humanos consumen productos de otros países sin valorar los propios sólo por moda o compromiso.

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