martes, 15 de agosto de 2017

Caracas, del corto circuito a la incertidumbre

A Caracas es necesaria escribirla cuando se vuelve un caos. Es un mal necesario. Hoy no fue la excepción, inicia con un minutero marcando las seis de la tarde en compañía de mi esposa e hijo de apenas tres años y medio. Él no entiende que es la furia de la gente, que es la rabia colectiva, ni porque algunos hacen daño, pues, en su mente solo existe el amor y el juego.

Al llegar a la estación de Sabana Grande, nos encontramos un vagón paralizado, puedo asociar que el calor dentro era directamente proporcional al estado de ánimo de quienes nos encontrábamos allí. La frustración y ganas de saber que estaba pasando, llegar a nuestros destinos y la incertidumbre de “Cuál era la falla mecánica”  anunciada por los alto parlantes nos agrupaba al colectivo. Adrián una vez más preguntó ¿Por qué no andaba el tren?.

Decidimos caminar nuevamente, hasta Plaza Venezuela, “allí agarramos camioneta hasta tu casa”, interrumpió la conversa Adriana, y mi incesante análisis de la situación, mi alerta. Mi constante espíritu de periodista.

Al llegar, ya las agujas del minutero enemigo “que no se detiene ni por amor ni dinero” como dice Rubén Blades, fijaban puntualmente las 5:45 de la tarde, justamente de eso se trata el tiempo de acortarte algunas veces los momentos felices, Adrián preguntó ¿A dónde vamos Papi?. Esa misma pregunta me la hacía yo, tal vez Adri misma para sus adentros, mientras veíamos ir y venir las personas al dirigirnos a nuestro próximo destino. Avenida Libertador “pues allí podríamos agarrar una camioneta que nos deja en la Plaza Candelaria” le dije.

Esta vez, escuché el murmurar de una mujer con niña en brazos que nos preguntó ¿Dónde se agarran las camionetas hacia el hospital de niños?, internamente sentí pena por ella, pues, la pequeña se veía con malestar. Su rostro moreno, tostado como el café en compañía de una señora de tercera edad hacía ver sus huesos.

Ya abajo, en la segunda escalera de la famosa avenida, tardamos unos 15 minutos. Las camionetas, buses o guaguas venían como dicen al Oriente venezolano, “hasta los teque-teques” había hombres que literalmente colgaban de las puertas. Tras observar y estudiar la imposibilidad de irnos es cuando Adriana me dice que caminaría de regreso a su casa en Bello Monte. Adrián dormido y abrazado a mi cuello, no escuchó cuando entre chiste y a modo de confesión le comenté a Adri del como sobrevivimos José Luis y yo al famoso 11 de abril de 2002. Hazaña que cuento cuando me quieren hablar de que los cambios políticos y giros de timón solucionan todo. El reloj marcaba las seis.

Decidimos devolvernos, Adrián les envió saludos a sus abuelos paternos, pues, ya tristemente analizó en ese momento que por hoy no los vería. Al ver la presencia de los bomberos ya sabíamos que no estaba bien la situación. Yo decidí sumarme a la gran masa de paisanos que se echaron a caminar. Mi próximo destino Bellas Artes-Parque Carabobo. Ya eran las seis y 15.

Entrando al parque Los Caobos, conversé con una mujer, a la que no distinguía su rostro por la oscuridad, coincidimos que Caracas es un caos, el odio, el desdén y modo agitado de vida es propio de esta ciudad y más en situaciones como estas. Mi mente pensaba del cómo se encontrarían mi Adri y nuestro Adrián, el reloj fue avanzando. Mi alerta ahora se dirigía a que no fueran a invitarnos los dueños de lo ajeno a que les entregáramos nuestras pertenencias.

La razón de todo esto no fue guarimba opositora contra el actual sistema de gobierno, la causa se originaba por en uno de los servicios de transporte más usados en esta ciudad, el Metro, cuya explosión en su sistema eléctrico habría puesto por unos minutos en vilo a los propios y extraños de esta, hermosa, odiosa pero necesaria urbe. Eran las 7:40 cuando finalmente llegué a casa. 



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