domingo, 25 de septiembre de 2011

El Silbón, otra historia

Sí, era una de eras noches inexplicables en la que los perros no dejaban de latir a lo invisible, la inquietante ferocidad ferocidad de sus latidos se fundía con la negritud de la noche. Sus llantos aunque inoportunos se confundían y dispersaban en medio de la nada, era mayo mes del aguacero, del barrial, del Silbón.

Dicen que vieron pasar un hombre, otros que escucharon sus quejidos como queriendo volver de donde andaba. Tan sólo fue que nos avisaron y fuimos a auxiliarlo. El camino bien oscuro, por demás de difícil transitar. Palos, piedras, y hasta una cruz eras nuestras armas. Por supuesto nuestra fe en Dios, y las oraciones.

Nos dijeron que era Juan Hilario, el mismo parrandero de todas las parrandas, no había fiesta en que no estuviese presente y no se le mencionara. La de Quebrada Seca no iba a ser la excepción, ¿Y como pues, si había música, mujeres y ron?.

Pero a pesar de que escuché cuando un compadre suyo le advirtió que era mayo, lo leí en sus ojos, al tiempo que se coló en su tono altanero que no habñia vuelta atrás, y que nada le haría cambiar de parecer. 'Nooo, ñerito. Ese baile no me lo puedo perder. Mire, si usted hubiera visto el bojote de mujeres que han pasado para esa fiesta, no estuviera parado en ese tranquero" expresó Hilarión.

Cuando escuche que nos llamaron para auxiliarlo, estaba sentado en mi hamaca, y con mi bandola rasgaba alguna que otra melodía. Escuché los perros latir con furia, pero en su aliento se despedía el miedo. El miedo a la muerte, buscando  en el cielo lo invisible ante nuestros ojos, pero tan real como la misma muerte y la incredulidad y soberbia de Juan Hilario o Juan Parrandas.

Dicen que lo vieron pasar por puerto de nutrias, rápidito como buscando algo, como buscando nada. Otros sólo escucharon sus pasos arrastrando los píes, sonando su saco, tronando sus dientes.

De gran figura, de gigante sombrero, y pantalones derruidos, desgastados por el agua, sol, y viento. algunos que le han visto pasar aseguran que ya no es el mismo joven de Guanarito, una sombra andante que se arrastra, que suena, que gime, llora, que enfurecida vaga y se le aparece a quien se atreva a desafiar las noches de mayo.

Ese el que tanto vaga por los llanos de Portuguesa, al que mientan El Silbón, es el mismo que mató a su padre para comerlo en asaduras y fue maldecido para toda la vida.

Al mismo que yo vi, cuando salimos a auxiliarlo la noche en que los perros no dejaban de latir anunciando la muerte, su miedo se colaba en su aliento, la misma noche en que rasgando mi bandola en la hamaca salí a ayudar a Juan Hilario a escapar de la pesadilla que le tocó vivir, en aquel aguacero de mayo por andar de parrandero.

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