A Caracas es necesaria escribirla
cuando se vuelve un caos. Es un mal necesario. Hoy no fue la excepción, inicia
con un minutero marcando las seis de la tarde en compañía de mi esposa e hijo
de apenas tres años y medio. Él no entiende que es la furia de la gente, que es
la rabia colectiva, ni porque algunos hacen daño, pues, en su mente solo existe
el amor y el juego.
Al llegar a la estación de Sabana
Grande, nos encontramos un vagón paralizado, puedo asociar que el calor dentro
era directamente proporcional al estado de ánimo de quienes nos encontrábamos allí.
La frustración y ganas de saber que estaba pasando, llegar a nuestros destinos
y la incertidumbre de “Cuál era la falla mecánica” anunciada por los alto parlantes nos agrupaba
al colectivo. Adrián una vez más preguntó ¿Por qué no andaba el tren?.
Decidimos caminar nuevamente,
hasta Plaza Venezuela, “allí agarramos camioneta hasta tu casa”, interrumpió la
conversa Adriana, y mi incesante análisis de la situación, mi alerta. Mi
constante espíritu de periodista.
Al llegar, ya las agujas del
minutero enemigo “que no se detiene ni por amor ni dinero” como dice Rubén Blades,
fijaban puntualmente las 5:45 de la tarde, justamente de eso se trata el tiempo
de acortarte algunas veces los momentos felices, Adrián preguntó ¿A dónde vamos
Papi?. Esa misma pregunta me la hacía yo, tal vez Adri misma para sus adentros,
mientras veíamos ir y venir las personas al dirigirnos a nuestro próximo
destino. Avenida Libertador “pues allí podríamos agarrar una camioneta que nos
deja en la Plaza Candelaria” le dije.
Esta vez, escuché el murmurar de una
mujer con niña en brazos que nos preguntó ¿Dónde se agarran las camionetas
hacia el hospital de niños?, internamente sentí pena por ella, pues, la pequeña
se veía con malestar. Su rostro moreno, tostado como el café en compañía de una
señora de tercera edad hacía ver sus huesos.
Ya abajo, en la segunda escalera
de la famosa avenida, tardamos unos 15 minutos. Las camionetas, buses o guaguas
venían como dicen al Oriente venezolano, “hasta los teque-teques” había hombres
que literalmente colgaban de las puertas. Tras observar y estudiar la
imposibilidad de irnos es cuando Adriana me dice que caminaría de regreso a su
casa en Bello Monte. Adrián dormido y abrazado a mi cuello, no escuchó cuando
entre chiste y a modo de confesión le comenté a Adri del como sobrevivimos José
Luis y yo al famoso 11 de abril de 2002. Hazaña que cuento cuando me quieren
hablar de que los cambios políticos y giros de timón solucionan todo. El reloj
marcaba las seis.
Decidimos devolvernos, Adrián les
envió saludos a sus abuelos paternos, pues, ya tristemente analizó en ese
momento que por hoy no los vería. Al ver la presencia de los bomberos ya sabíamos que no estaba bien la situación. Yo decidí sumarme a la
gran masa de paisanos que se echaron a caminar. Mi próximo destino Bellas Artes-Parque
Carabobo. Ya eran las seis y 15.
Entrando al parque Los Caobos,
conversé con una mujer, a la que no distinguía su rostro por la oscuridad,
coincidimos que Caracas es un caos, el odio, el desdén y modo agitado de vida
es propio de esta ciudad y más en situaciones como estas. Mi mente pensaba del cómo
se encontrarían mi Adri y nuestro Adrián, el reloj fue avanzando. Mi alerta
ahora se dirigía a que no fueran a invitarnos los dueños de lo ajeno a que les entregáramos
nuestras pertenencias.
La razón de todo esto no fue
guarimba opositora contra el actual sistema de gobierno, la causa se originaba
por en uno de los servicios de transporte más usados en esta ciudad, el Metro,
cuya explosión en su sistema eléctrico habría puesto por unos minutos en vilo a
los propios y extraños de esta, hermosa, odiosa pero necesaria urbe. Eran las 7:40 cuando finalmente llegué a casa.
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