Un beso en sus labios, donde quedaron todos anonadados, fue lo que selló en aquella noche la declaración de amor, que “El Flaco Juan” le haría a su nueva novia Ruth, ella tan escuálida como él, donde sus cuerpo reflejaban la falta de alimentos y tener que salir desde temprano en la mañana y gritar su jerga de ventas de golosinas importadas, en cada vagón del metro de Caracas, buscando en cada usuario un potencial comprador de la autodenominada “Metro Bodega”.
El Flaco Juan, tiene no menos de 27 años, es delgado. Esta más que una condición física, es una cualidad, en los precarios espacios donde se desenvuelve, pues, para caminar entre tantos usuarios mientras se va girando entre los mismos ofreciendo caramelos, chupetas o galletas a “la Venezuela educada que diga los buenos días, tardes o noches” es necesaria. Es moreno, de ojos grandes. Logró culminar su bachillerato, pero no pudo ingresar a la Universidad, por tener que “salir a trabajar”.
Por su parte Ruth, es de estatura media, de color blanca, con el cabello con algunos rastros de tinte que indican que alguna vez fue de color castaño. Sus ojos verde aceituna, y de voz aguda. Ella solo vende caramelos, acompañada de su arenga de “Aprovecha Venezuela".
En las instalaciones del subterráneo transporte, emblemático de la ciudad capital, de una otrora urbe que representaba el progreso de Venezuela, se reúnen jóvenes como Juan y Ruth, quienes repiten a diario el “Aprovecha Venezuela, Mi gente bella, ¿Quién se Motivó a la primera?, ¿Alguien dijo Yo?, ¡El que aprovechó, aprovechó y el que no, ja bueno!, vaya que seguimos avanzando”, entre otras que invitan a la compra de los caramelos llamados “calacas” con sabor a “sandía o maracuyá”, nombres provenientes de otras tierras producto de una transculturización forzada, por la diáspora venezolana.
El enamoramiento, de Juan y Ruth, se dio luego de cruzarse en muchas oportunidades, de encontrarse, tal como se coincide en una oficina u otro espacio laboral, pero a ellos no les tocó vivir esa etapa de la Venezuela “saudita”. De eso solo quedan los recuerdos. El hoy ha llevado a reiventarse económicamente y buscar alternativas para “sobrevivir”, en la misma descomposición social que actualmente atravesamos como país.
El Flaco Juan, tiene no menos de 27 años, es delgado. Esta más que una condición física, es una cualidad, en los precarios espacios donde se desenvuelve, pues, para caminar entre tantos usuarios mientras se va girando entre los mismos ofreciendo caramelos, chupetas o galletas a “la Venezuela educada que diga los buenos días, tardes o noches” es necesaria. Es moreno, de ojos grandes. Logró culminar su bachillerato, pero no pudo ingresar a la Universidad, por tener que “salir a trabajar”.
Por su parte Ruth, es de estatura media, de color blanca, con el cabello con algunos rastros de tinte que indican que alguna vez fue de color castaño. Sus ojos verde aceituna, y de voz aguda. Ella solo vende caramelos, acompañada de su arenga de “Aprovecha Venezuela".
En las instalaciones del subterráneo transporte, emblemático de la ciudad capital, de una otrora urbe que representaba el progreso de Venezuela, se reúnen jóvenes como Juan y Ruth, quienes repiten a diario el “Aprovecha Venezuela, Mi gente bella, ¿Quién se Motivó a la primera?, ¿Alguien dijo Yo?, ¡El que aprovechó, aprovechó y el que no, ja bueno!, vaya que seguimos avanzando”, entre otras que invitan a la compra de los caramelos llamados “calacas” con sabor a “sandía o maracuyá”, nombres provenientes de otras tierras producto de una transculturización forzada, por la diáspora venezolana.
El enamoramiento, de Juan y Ruth, se dio luego de cruzarse en muchas oportunidades, de encontrarse, tal como se coincide en una oficina u otro espacio laboral, pero a ellos no les tocó vivir esa etapa de la Venezuela “saudita”. De eso solo quedan los recuerdos. El hoy ha llevado a reiventarse económicamente y buscar alternativas para “sobrevivir”, en la misma descomposición social que actualmente atravesamos como país.